viernes, 21 de mayo de 2010

Quien engañó a quien?

Mi dilecto y entrañable amigo José Tomas, me envió un e-mail de un artículo del Diario Libre donde el autor propone la teoría –no nueva por cierto- de que el estafador utiliza la falta de moral del estafado para hacer su fechoría.

Se basa en que el estafador solo selecciona a su víctima después de una sistemática búsqueda, donde determina quién del universo de posibles es el más adecuado para caer presa de sus trampas.

Es por esto que algunos trucos nunca varían. Siempre hay incautos que están listos para morder el anzuelo.

En la florida –quizás por la gran presencia latina- existe el viejo ardid del boleto de lotería en el que un pseudo ilegal, se acerca a una persona y le dice que tiene el boleto ganador de la Lotto de la semana pasada, pero que como es ilegal no lo puede cambiar. Cuando el futuro estafado ve el boleto con los números ganadores reales, se le abre la codicia y se le cierra la moral lo que hace que –como faroles del vehículo que viene de frente- lo ciegan y no le permiten ver que la fecha –normalmente en letras pequeñas- es del día siguiente al sorteo.

La víctima se ofrece a cobrar el dinero en vez del ilegal y a cambio le dará -¡que magnánimo!- una parte de la supuesta ganancia. El estafado lo que hace es sacar el dinero de su cuenta de banco y pagarle –en ocasiones sumas por encima de los 200,000 dólares- al estafador, al cual le propone que “o lo toma o lo deja”, porque el ticket en sus manos no vale nada y él le está dando dinero contante y sonante.

Cuando se da cuenta de la estafa, ya es tarde para ablandar habichuelas, el estafador está disfrutando de su –bien habido- dinero. Todo por la avaricia y codicia de nosotros los seres humanos.

Si piensas que esto solo le pasa a gente malvada y que “está bueno que le pase”, quiero decirte que estás equivocado. Esto le pasa a gente normal, común y corriente que se le desconecta la parte moral del cerebro y solo le funciona –al menos en ese momento- la parte impuesta por la sociedad de antivalores y consumismo en que vivimos.

Es por esto que siempre he sostenido que los españoles no engañaron a los nativos, el trato fue muy simétrico. Los nativos tenían unas piedras en los ríos que brillaban y con la cual ellos hacían absolutamente nada. Los españoles tenían unos espejitos y unos collares de cuentas que para su sociedad no tenían mucho valor económico. Este intercambio estuvo basado en realidades económicas concretas de dos mundos muy diferentes y con estándares y necesidades distintas.

La moraleja –siempre debe quedar algo- es que tenemos “el negro detrás de la oreja”, “el tirano en cada Mundito” y “el estafador en c/uno de nosotros”.

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